Cuando conocía a Ana e Iñaki, ya percibía que tenían una chispa que no se ve todos los días. Según me comentaban los detalles de la boda, ¡más ganas tenía de que llegase! Y es que es un claro ejemplo de que lo mejor es hacer una boda como a tí te de la gana. Que te saltes protocolos a tu manera, que la hagas tuya y de los tuyos.
Cuando llegué a casa de Ana, aquello era una mezcla de nervios, prisas, familia alterada que tuve que cortar aquello para que no aumentase su estrés (ni el mío) que bastante tiene una ya el día de su boda. Recuerdo que cerramos la puerta para aislarnos un poco y nos pusimos a charlar de cualquier tontería que le sacara una sonrisa. Cuando la cosa se calmó, fué cuando le dije: «¿Qué? ¿Nos vestimos?» y ahí arrancamos.
A pesar de lo clásico que podría parecer un convento del siglo XVII como es el Convento San Roque todo era una fiesta entre amigos, hasta los que no se conocían.
La novia llegó un poco tarde, pero se lo perdonamos, claro, aunque Iñaki estaba chirriando los dientes e intentando disimular tranquilidad.
La ceremonia donde las amigas nos sacaron una lagrimita pero también una carcajada terminó en una lluvia de confeti impreovisada desde el piso de arriba entre aplausos y un beso de esos que te cogen con ganas y sueltas los nervios.
A la hora de entrar al salón, se disfrazaron de roqueros ochenteros y con una música «nupcial» a golpe de guitarrazos y chupa de cuero hicieron la entrada que ¡puso a bailar a todo el mundo!
Por supuesto no se quedaba ahí la cosa, para amenizar la sobremesa montaron un bingo entre las mesas para regalar un jamón! Lo más típico de una boda… ¡el bingo jamonero! Igual que los muñecos de la tarta, un enorme Mazinguer Z (serie favorita de Iñaki en la infancia) y su novia Afrodita.
El momento solidario vino con el regalo a los invitados. Un patito de goma solidario de la carrera Lagunduck, por supuesto personalizados con una chapela y un pañuelo, donde los invitados sin ser conscientes estaban haciendo un donativo. Por eso podéis ver que los gemelos de Iñaki son dos patitos de goma. De diez.
Os podéis imaginar que despúes de todo ésto, el ambiente era una fiesta donde se mezclaban todos con todos. Para mí, fue una de las mejores bodas que he disfrutado nunca, porque sabes que al día siguiente, te llevas un pedacito de cada uno para siempre.
Gracias Ana, gracias Iñaki.
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